Journal: Usuarios o consumidores – Relaciones con el diseño
En la vitrina de una tienda cualquiera sobresale una taza, de formas seductoras y color atractivo. A un lado, una cuchara irregular —aunque aparentemente útil—, una serie de pequeños vasos para servir apenas un sorbo de equis bebida, unos platos y diversos utensilios curiosos. Enfrente, en otro estante, hay una bolsa, portalápices, encendedores, espejos, etc. Cualquier objeto que pueda venir a la mente. Ninguno es simplemente una taza, una cuchara o un plato, al menos no del tipo que se vende en los mercados para sustituir a sus iguales cuando ya no son útiles. Se tratan de objetos de diseño, productos de un proceso creativo y resultado de la mente imaginativa de su creador. Son objetos únicos de autor.
¿Cuántas tazas —cucharas, vasos o encendedores— tengo en casa? La pregunta resuena mientras una persona examina entre sus manos aquella taza que está tan sólo conquistando su mirada. La respuesta vale nada frente a dos posibles escenarios: a)comprarla para satisfacer un deseo, aunque luego se convierta en una pieza olvidada ob) no comprarla y… nada. Ambas resoluciones, sin embargo, reflejan una condición que no sólo padece el diseño —en tanto producto— sino también quien lo compra: el consumo. Y la escena es más común de lo que se piensa.
El ejemplo anterior funciona para dibujar dos características que comúnmente se le suelen atribuir a todas las cosas que, en cierto sentido, se entienden como soluciones a una necesidad de cualquier índole. A saber, la función y el atractivo; ambas imprescindibles en los objetos de diseño, pero tan ausente la una como la otra en múltiples casos. Pero lo cierto es que el diseño no es sólo función o formas atractivas… no es simplemente un producto que satisface deseos.
En abril pasado, la diseñadora Hella Jongerius y la teórica Louise Schouwenberg lanzaron su manifiesto Beyond the New. A Search for Ideals in Design, donde enuncian una serie de principios que buscan encauzar el diseño del presente, inmerso en un escenario de producción obsesionada con lo nuevo y basada en las dinámicas del consumo desmedido. Jongerius y Schouwenberg son claras: “El diseño no se trata de productos. El diseño se trata de relaciones.”[1]
En el mercado existen infinidad de productos que se producen año con año, casi sin sentido alguno. La mayoría de ellos son de una funcionalidad cuestionable que se esconde detrás de una estética visualmente atractiva que, a su vez, conquista y despierta el interés de un consumidor que sólo satisface su deseo de comprar o, mejor dicho, su interés consumista. En este contexto, el diseño pierde su esencia para convertirse en una simple imagen seductora. Así, aunque son disímiles en cuanto a sus particularidades, los ejemplos de la taza de diseñador y el vaso del mercado se alejan del sentido primero de la disciplina.
Sin pretender caer en lo naîvef, y conscientes de la importancia de un contexto social y económico de mayor profundidad, es cierto que el furor por lo nuevo es responsable en gran parte de la relación consumista con el diseño. Críticos como Alice Rawsthorn o Lucas Verweij se lo atribuyen a la popularidad creciente de ferias de diseño enfocadas en la oferta y la demanda —Incluso, el diseñador Jasper Morrison llamó el Salón del Marketing al Salón del Mueble de Milán.
Por su parte, los diseñadores juegan un rol trascendental como parte de este fenómeno: se diseñan objetos bonitos que terminan por ser desechos. Pero más allá de los discursos políticamente correctos —generalmente dirigidos al diseño sustentable—, el proceso de diseño debe contemplar el ciclo de vida de un objeto y alejarse del puro interés estético. Jongerius y Schouwenberg señalan que “al tomar en cuenta la vida posterior de todo producto, los diseñadores contribuyen a cambiar la mentalidad tanto de los usuarios como de los productores. Un enfoque global requiere que los diseñadores no se enfoquen exclusivamente en la funcionalidad y el poder expresivo del diseño, sino también en la investigación de cómo el mantenimiento y la reparación deben ser integradas en el producto final. Los diseñadores deben ser conscientes de la economía circular en la que se insertan.”
Así como el objeto y los diseñadores son imprescindibles, el destinatario es clave en las redes que establece la disciplina. Pero, ¿consumismos, usamos, o nos relacionamos con el diseño? ¿Somos consumidores o usuarios? En una entrevista[2], Paola Antonelli mostró su animadversión por el concepto de “consumidores” y afirmó que el de “usuarios” describe con mayor precisión la relación que se establece con el objeto de diseño. Ambas palabras señalan una distinción fundamental en la forma cómo concebimos los objetos de diseño: mientras que la primera es una referencia obvia del consumo desmedido de productos que suelen no ser necesarios, la segunda proyecta un vínculo funcional y simbólico con el objeto.
Relaciones y no productos, tal como lo señalan Jongerius y Schouwenberg en su manifiesto, en el que también hacen especial énfasis en las posibilidades que los materiales y sus cualidades expresivas tienen para detonar y establecer relaciones simbólicas y de comunicación con los usuarios. Así, mejor usar a consumir. Mejor apoyar diseñadores interesados en generar relaciones y no productos.
[1] Hella Jongerius, Louise Schouwenberg, “Beyond the New. A Search for Ideals in Design.” (2015).
[2] “Los alcances del diseño digital” (2014). Entrevista con Paola Antonelli
Entrada escrita por por Andrea García Cuevas el 1 de septiembre del 2015.
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