Impresiones: Belleza vs función
Es curioso. Como diseñadores siempre que nos hacen describir alguno de nuestros proyectos existen palabras que buscamos cumplir. Innovador, ergonómico, resuelve una necesidad, diferente, funcional, funcional, funcional. Nunca usamos la palabra bello, porque en algún punto de la historia la belleza comenzó a percibirse como algo superficial, preferimos la función sobre la estética, y entiendo, yo tampoco quisiera tener una silla en mi casa que no sirviera, pero, ¿no es la belleza una función en sí misma?
Pensemos en una situación hipotética con un objeto de la vida diaria. Estás en la farmacia buscando un cepillo de dientes. Observas dos marcas, las dos cumple exactamente con la misma función y el precio es casi el mismo. ¿Cuál eliges? Pues es obvio, el que percibas como más bello. Hoy en día al momento de comprar una cosa, ya sea una cepillo de dientes, una silla o una taza, ya no cuestionamos si sirve o no, damos por hecho que lo hace, la funcionalidad no es un valor agregado, es uno obligado. En cambio, los factores estéticos de un objeto sí que suman. El ejemplo más claro es la ropa. La función principal de las prendas de vestir es cubrir el cuerpo, protegerlo. Si buscamos algo completamente funcional podríamos básicamente utilizar un overall todo los días de nuestra vida. Pero claro, además de cubrirnos, queremos vernos bien, queremos utilizar/poseer cosas bellas. Cuando compramos una prenda de vestir su única función ya no es solamente cubrirnos, si no que nos guste y nos deje expresarnos a través de ella. Puedo afirmar que sin duda alguna prefiero utilizar un vestido de Bimba y Lola que el overall horrible que nos hacían utilizar en el taller en la escuela.
Es obvio entonces que los factores estéticos de un objeto sí que importan, y cumplen con una función en sí mismos. La belleza satisface necesidades que la función no.
El ejemplo más obvio a mencionar aquí es el Juicy Salif, diseñado por Philippe Starck en 1990 para Alessi. Un exprimidor de naranjas fabricado en metal, que asemeja la forma de una araña. Un objeto escultural. No funciona. El jugo se cae por todos lados y el ácido natural de las naranjas termina dañando el material. Entonces si no sirve, ¿por qué la gente lo sigue comprando? ¿Por qué muchos de nosotros podemos visualizar el objeto en nuestra mente sin necesidad de ver una foto? ¿Por qué se convirtió en un ícono del diseño industrial? Porque nos dimos cuenta que la función no es el único valor que importa en un objeto, la belleza también. Si tienes este objeto en tu casa, lo más probable es que no esté en la cocina, si no exhibido en alguna repisa de tu sala. Se vuelve una pieza de conversación. Una pequeña escultura que admirar y comentar.
En mi opinión, Stark es un ejemplo muy extremo. Así como la función no es lo único que debería de importarnos en un objeto, tampoco lo es la belleza, y no creo que una interfiera con la otra, solo hay que encontrar un equilibrio. Pensemos en otro ejemplo.
Es 1987, solo tres años antes que el Juicy Salif de Philippe Stark. Dieter Rams diseñó la calculadora ET66 para la legendaria marca Braun, bajo su lema weniger, aber besser (menos, pero mejor). Un objeto completamente funcional, despojado de elementos innecesarios, pero tan placentero de observar y utilizar, que hasta la fecha la calculadora de los un iPhone está inspirada en este clásico del diseño.
Y ejemplos como esos hay miles. Por qué preferimos un iPhone sobre otro teléfono que puede hacer las mismas cosas.Por qué un BMW sobre cualquiera de sus equivalentes. Por qué una pluma Muji sobre una Bic. Por qué unas cosas sobre otras, si al final todas funcionan igual. Es claro, no solo valoramos la función, si no también la forma.
Como seres humanos buscamos la belleza de manera casi instintiva. En el arte, en la música, en otras personas, y claro en los objetos que nos rodean en nuestro día a día. Dada la oportunidad solo quiero estar rodeada de objetos, que además de funcionar impecablemente, apelen a mis sentidos. Que me hagan desearlos. Que hagan mi vida más placentera.