Designaholic | Journal: México Ciudad Diseño – ¿La Ciudad de México como capital mundial del diseño?

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Journal: México Ciudad Diseño – ¿La Ciudad de México como capital mundial del diseño?

¿Qué tiene en común la Ciudad de México con ciudades como Turín, Seúl, Helsinki, Ciudad del Cabo o Taipéi? Todas han sido nombradas Capital Mundial del Diseño. ¿Algo más? Hagamos un pequeño ejercicio: imaginemos los mejores estados de lo que antes era el Distrito Federal, recordemos sus mejores zonas, repasemos sus mejores proyectos de diseño urbano y social, y a ojo de buen cubero respondamos: ¿es una ciudad bien diseñada? Lo que signifique un juicio tan amplio como «bien» —o «mal»— es tan relativo como las implicaciones de un mote por demás general como el de «Capital Mundial del Diseño». Lo cierto es que hay un gran trecho entre la Ciudad de México y Seúl que se sostiene más allá del imaginario.

El 29 de octubre de 2015 el International Council of Societies of Industrial Design (ICSID) designó a la Ciudad de México como Capital Mundial del Diseño 2018. A más de un año de la noticia, y en medio de despropósitos gubernamentales tan desafortunados como el Corredor Cultural Chapultepec o el CETRAM de la misma zona, el título sigue siendo materia de cuestionamientos. Sí, la capital, como buen territorio centralizado, goza de una escena de diseño interesante. «Vibrante», se dice. Pero falta un largo camino para ser un modelo.

No es fortuito que el nombramiento llegue en tiempos de Miguel Ángel Mancera, que se ha empeñado en transformar la capital en una ciudad marca, como Nueva York o París. El logo de la nueva CDMX y las estrategias publicitarias alrededor de un nuevo nombre son tan sólo algunos ejemplos de los usos políticos del diseño. Por su parte, tanto el título como la parafernalia alrededor de la Capital Mundial del Diseño recuerda a la absurda necedad de considerar a la Ciudad de México como la «Nueva Berlín» que, a juzgar por un par de textos[1], parece sostenerse en una burbuja donde existe un buen número de galerías de arte, museos  y una serie de restaurantes de moda.

Parece que en términos de diseño sucede lo mismo. No, no somos Berlín, ni Turín, Helsinki o Seúl. De acuerdo con el ICSID, la designación de Capital Mundial de Diseño «se otorga cada dos años a [distintas] ciudades con base en su compromiso para usar el diseño como una herramienta efectiva para el desarrollo social, económico y cultural». Volvamos al ejercicio inicial, ¿qué proyectos de diseño vienen a la mente en este contexto? No basta con estructuras de colores, dispuestas sin sentido alguno sobre la acera, para poder estacionar la bicicleta. Tampoco son suficientes los pasos de cebra con la figura de un perro que sugiere un diseño “incluyente”, o la iluminación LED alrededor de un circuito peatonal para “favorecer” la vista nocturna de los corredores.

El ICSID agrega: «La Ciudad de México servirá de modelo para otras megaciudades alrededor del mundo que se enfrentan a desafíos de urbanización y que utilizan el “design thinking” [o pensamiento de diseño] para asegurar una ciudad más segura y habitable». Más allá de la extrema desigualdad que corre entre colonias centrales y periféricas, a nivel de piso o bajo tierra, de los problemas de violencia e inseguridad, del tráfico absorbente, de la contaminación, de los baches… ¿En verdad más allá de todo eso está el diseño? ¿O cuál es el diseño que hace a la Ciudad de México un «modelo» y que se usa para hacer a la «ciudad más segura y habitable»?

Otras perspectivas son posibles. El nombramiento es útil para reflexionar las implicaciones y debatir los retos y posibilidades de los diseñadores en un contexto tan complejo, pero también para celebrar la diversidad del diseño local. Frente a la coyuntura y de la mano de su director Mario Ballesteros, Archivo Diseño y Arquitectura plantea una serie de preguntas a partir de la exposición México Ciudad Diseño, que lejos de abordar el territorio como una marca se acerca a diferentes momentos del diseño como una disciplina y una herramienta con el poder de generar cambios: “¿Qué hace a una capital de diseño? ¿Qué implicaciones tiene esta nominación para una aglomeración urbana superpoblada […]? ¿Cómo podemos a través del diseño acortar las tremendas brechas que persisten en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana?”

A partir de los planteamientos y la propuesta de la muestra, otras preguntas surgen desde este flanco: ¿Puede la Ciudad de México ser una capital de diseño? Para Mario Ballesteros las preguntas son otras: «¿Qué puede ofrecer la Ciudad de México en términos de cultura de diseño? ¿Qué nos hace distintos de otras ciudades creativas globales? ¿En qué medida nuestra producción es mejor, peor o distinta de la que se hace en otros sitios? Y una más relevante, ¿cómo se puede consolidar al diseño como una herramienta de cambio positivo para los habitantes de esta ciudad, incluso para aquellos que no tienen ningún interés específico en el diseño?».

Por su parte, desde su perspectiva como diseñadora y crítica, Cecilia León de la Barra considera que la nominación permitirá que “la gente voltee a ver, hablar, aprender o exigir diseño.” El carácter del título, sin embargo, no se puede dejar de lado: “Es entre mercadotecnia y negocio. Pero, al final, hay que aprovecharnos de sus beneficios. Si puedes tener los Juegos Olímpicos o la Copa del Mundo, aquí también puede ser la Capital [Mundial del Diseño]. Ya hay diseño, ya es una capital.” En otro tenor, más allá del programa de actividades que supone el proyecto, para Ballesteros “lo interesante es lo que representa 2018 como coyuntura. A 50 años de los Juegos Olímpicos y Tlatelolco, en un año de elecciones —que seguramente será políticamente convulso—, 2018 será un momento interesante para constatar lo que el diseño puede hacer por nosotros como ciudad, sociedad y cultura.”

Es tiempo de superar los ideales de la decoración para apostar por el poder de la forma. En México se necesita un diseño rebelde. “Será fundamental que el diseño (y los diseñadores) salga de su burbuja, se sacuda de su superficialidad y elitismo, que abrace la calle, se acerque a los no diseñadores, a los millones de personas para quienes el diseño no es una bendición, un ‘gustito’ que se pueden dar o un lujo, sino una carga más entre muchas por insuficiente o deficiente. El mal diseño nos afecta tanto o más como el bueno. Y en esta ciudad, los problemas de diseño más elementales (infraestructura, transporte, accesibilidad, salud, vivienda, etc.) están a la orden del día.”

Si bien los diseñadores han dado forma al mundo con sus propuestas, su poder como herramienta es un continuo replanteamiento. Y esa es, quizá, la oportunidad que supone el título de Capital de Diseño. Para León de la Barra, «la Ciudad de México tiene sus exigencias propias: tiene un tema de tráfico terrible, pero también pasa en otras ciudades. No quiere decir que es la única y que está mal diseñada. El diseño no salva al mundo, pero sí puede mejorar estos problemas.” Sin embargo, agrega que los diseñadores tienen una función también como ciudadanos, “es una cuestión social, de cómo el ser humano, el individuo o el ciudadano primero observa, analiza el problema y después propone cambios. Son granitos para tratar de hacer mejoras.”

El tema de la educación se dibuja entre respuestas. No es sorpresivo. Resulta inevitable si se piensa que las escuelas son responsables de formar a los profesionales del futuro, que no sólo crearán objetos bellos sino que tendrán que asumir un compromiso con su entorno. El poder del diseño está en gran parte asociado a su rol: “[ese poder] depende del enfoque y el peso que se dé a la noción de diseño. Si nos quedamos con la definición tradicional de escuela, del diseño como un estilismo o ‘firma de autor’, su poder y relevancia para lidiar con los retos que tenemos por delante, como urbe, serían absolutamente despreciables.”

Como académica, León de la Barra considera que sí existe un tema de educación que está fragmentado: “En las clases, a veces sí nos enfocamos mucho en hacer objetos más que resolver problemáticas sociales. Dentro de un salón es muy difícil vivirlas, tienes que salir a la calle y observar. No está mal que en la escuela enseñemos a hacer objetos o cosas que parezcan superficiales, es un calentamiento para después aportar algo muchos más grande. La comunicación entre las áreas es otro asunto: si el alumno de la escuela no conoce que hay un problema social, ¿cómo lo va a resolver?”

Hasta ahora, el título de la Ciudad de México como Capital Mundial del Diseño por lo menos ha puesto a discusión un tema que es necesario y urgente en México: la responsabilidad social del diseño. Frente a una colaboración entre diseñadores y gobierno, Mario Ballesteros y Cecilia León de la Barra coinciden: si bien se ha logrado unir esfuerzos, hace falta más comunicación entre ambos sectores para lograr un bien común.

México Ciudad Diseño también propone una lectura que abarca el pasado y el presente del diseño. Ballesteros apunta que es necesaria «una mirada abierta, crítica e informada. Es fundamental conocer la historia de la profesión, sobre todo, la cultura amplia y material del diseño, aprender a cuestionarla y tener una postura (auto)crítica.” Para León de la Barra, “los diseñadores deben apropiarse de la tradición y no tratar de volver atrás ni repetir los clichés del pasado. Se trata de ir para adelante para apropiarse de uno mismo más el de al lado.”

Si el diseño tiene una amplia tradición en México, su presente se antoja prometedor. Y la disciplina se ha proyectado en nuestro territorio en su más amplia expresión: el diseño industrial o gráfico, por ejemplo, gozan de un buen momento. Qué decir de la arquitectura, que en un sentido responde a la resolución de problemas. En los tres ámbitos, arquitectos o diseñadores de diferentes generaciones le han otorgado un valor simbólico importante a la Ciudad de México. Repasarlos en estas líneas no concede justicia como lo busca hacer México Ciudad Diseño, que da la vuelta a la idea de “Capital de Diseño” para mostrar y destacar las propuestas que se dan en esta geografía, entendiendo al diseño no como un objeto final, sino como un proceso que tienen un impacto  en todos los ámbitos de la vida cotidiana.

En momentos como estos, que el título sea un pretexto para dialogar y analizar qué diseño se necesita. Menos discurso, más acción. El tiempo actual de la ciudad lo requiere.

 

Entrada escrita por Andrea García Cuevas el 9 de diciembre del 2016.

 

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